Jose De La Riera
 
 

TEXTOS

 

Los valores sólidos y atemporales de las esculturas de José De La Riera

José de la Riera es un creador poco pródigo en exposiciones. Por ello, la individual de escultura que ahora se presenta en el Museo Antón de Candás tiene un doble interés para quienes la visiten: por una parte muestra la última producción plástica de este creador polifacético que inició su andadura artística en el campo de la pintura para adentrarse paulatinamente en unos territorios conceptuales que le condujeron a la investigación tridimensional; por otra, desvela la solidez de una labor silenciosa y tranquila, de un trabajo realizado sin prisa ni requerir el reconocimiento fácil, de una actividad desarrollada con el respaldo y la seguridad de expresar con autenticidad lo que su autor ha venido madurando a lo largo de varios años de reflexión conceptual y de praxis en retiro.

Presenta ahora José de la Riera una serie de 16 esculturas que tienen su punto de partida en la obra Simetría, realizada en 1999 para integrarse con sus 4'5 m de altura en el parque de La Luz de Corvera, y que continuó desarro- llando en creaciones posteriores, como Analogía y Maternidad del año 2002, presentadas en la exposición Confluencias 2002. La escultura asturiana hoy, que se celebró en el Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo entre noviembre de 2002 y febrero de 2003 y que se incorporan a la muestra actual en formato de maqueta, la primera, y definitivo, la segunda. Y en esa línea de indagación plástica es preciso contextualizar también una de las creaciones más recientes e importantes de la trayecto- ria del artista, el Homenaje a Severo Ochoa, que con unas dimensiones de 7'5 x 3 x 4 se ha instalado el pasado año en el puerto de Luarca.

La experiencia desarrollada en las piezas mencionadas tiene una continuidad lógica en las restantes esculturas que integran la muestra del Museo Antón, todas ellas de realización reciente entre 2005 y 2006, salvo Imagen real/imagen virtual, que en 1992 presentó en la Exposición Universal de Sevilla. Salvo en esta obra, en la que el tron- co de madera alcanza un significado especial aunque se combine con el hierro, en las restantes se recurre al acero como soporte, explorando su versatilidad y capacidad para generar volúmenes contundentes y compactos de morfología prismática (Analogía, Nacimiento de un cubo, Espacio para una esfera) y cilíndrica (Femenino y singu- lar), para emprender desarrollos formales livianos y sutiles en cuanto a sugerencias (Maternidad) y para indagar sobre las relaciones volumétrico espaciales, potenciando el protagonismo del vacío en la configuración del resultado plástico.

Pero el acero no constituye el único soporte material de estas creaciones. En ellas, como ya lo había hecho en las de 2002, dando cuenta de un enfrentamiento heterodoxo a la materia, muy propio de las actitudes creativas de nuestro tiempo, el artista mitiga el rigor del acero con la yuxtaposición de elementos conformados con otros materiales. Así, con la participación del bronce en unos casos (Maternidad, Nacimiento de un cubo, La ciencia) y de la cerámica en otros (Espacio para una esfera) la resultante plástica se ve enriquecida en la forma por el juego establecido entre los contundentes volúmenes verticales defini- dos con el acero y las pequeñas y delicadas piezas cúbicas y esféricas de bronce y cerámica. Y lo mismo cabe decir en lo referente a las texturas y al color, que alternan las superficies rugosas y las bruñidas y combinan los óxidos del acero con los tonos verdosos del bronce y rojizos de la cerámica.

Ahora bien, con todo el protagonismo plástico que alcanzan y de la atención que su autor presta a la geometría, no son ni la forma, ni el color, ni la materia, los componentes plásticos que singularizan las esculturas comentadas. Su rasgo diferenciador esencial se relaciona con la preocupación que, a modo de constante, fundamenta toda la actividad de este artista desde hace más de una década: la búsqueda de la perfecta proporción. Y a ella ha dedicado, y lo sigue haciendo aún, una atención que sobrepasa el plano de la creación plástica y le introduce en el campo del análisis teórico. Este interés redunda, como cabe esperar, en el resultado armónico de sus obras, que se muestran equilibradas en la composición, contenidas en la forma, y armoniosas en las medidas.

Obras que, a modo de sólidas estelas, se convierten en hitos artísticos en los espacios en que se ubican, introdu- ciendo en ellos señales estéticas que permiten a quienes las contemplan, recrearse en aquellos valores tantas veces olvidados por las propuestas plásticas actuales y que como sugiere el propio título de la exposición, La huella del Teeteto, tan bien conocieron los clásicos griegos: la armonía, la proporción, el equilibrio, el orden, la justa forma, y en una palabra: la belleza.

Belleza atemporal, al margen de las modas efímeras y con frecuencia impuestas, escasamente mencionada por la crítica actual del arte que parece avergonzarse del térmi- no, quizá entendiéndolo erróneamente como atributo propio del arte del pasado, que, no obstante, surge de modo natural, sin constituir un fin artístico, cuando como en el caso de José de la Riera la indagación plástica se funda- menta en valores tan sólidos y sinceros.

Soledad Álvarez
Catedrática de Historia del Arte Universidad de Oviedo

 

GEÓMETRIA DEL HIERRO

Conozco a José de la Riera desde hace muchísimo tiempo, tanto que casi asusta pensarlo. Hablo de cuando aún no era escultor y dedicaba sus primeros afanes artísticos a la pintura, entonces figurativa. Luego, nuestra relación se fue distanciando aunque sin pretenderlo, y únicamente en el trato y no en los afectos. En cuanto a su actividad en el arte, llegué a saber de ella de manera ocasional, sólo puntualmente, quizás porque lejos de cualquier afán de protagonismo vacío de contenido, su alma y pensamiento de artista se iban forjando tan lenta como sólidamente, desde la insatisfacción, y como consecuencia la búsqueda, y como consecuencia la experimentación. Su autoexi- gencia le impidió quedarse en los logros plásticos que iba consiguiendo y su inquietud le llevó a interesarse por muchas de las distintas manifestaciones o tendencias (minimalismo, instalacionismo, conceptualismo, póvera,....) que se iban incorporando a un arte cada vez más expandido, menos amigo de las limitaciones.

Y así José de la Riera, solo o en compañía de otros, fue haciendo de su creación un campo de sucesos, como tituló precisamente una de sus exposiciones individuales en aquellos años ochenta, particularmente abiertos a nuevas propuestas, nuevos materiales y nuevas reflexiones sobre el espacio, para convertir el arte en un acontecimiento. Los otros, quienes le acompañaron en aventuras colectivas, fueron por ejemplo José Ramón Muñiz, Fernando Redruello y Paco Fresno, cuando el grupo Onza, para la Ocupación en el Museo Jovellanos, o el deslumbrante y espectacular Happening del color en el Muelle. Y luego con Bonhome, Alejandro Mieres, Ángel Nava y Fresno en aquel 1 + 5 que, con música de Miguel Fernández, cantó a coro, escribió Nava, en el Ateneo de la Calzada.

Pinturas murales, happenings, environements..... buceaba José de la Riera con inquietud, en todas las posibilidades de la creación artística, "cuando de repente, como si brotara de una centella, se hace la luz en el alma y ya se alimenta de sí misma", que son palabras de Platón, uno de cuyos diálogos, el Teeteto, inventor de la geometría de los sólidos, da título a la presente exposición.

Fue la geometría del hierro lo que prendió en el alma de José de la Riera poco después de la que iba a ser su última exposición de pintura en la galería Munuza Uno de Gijón, en 1990, que se titulaba Estelas y en la que tanto las formas como el sentido espacial anunciaban ya vocación escultórica, que desde entonces viene ciertamente alimentándose de sí misma en su creación.

Junto a José Ramón Muñiz, artista de larga y muy fecunda trayectoria a quien le unen tanto coincidencias artísti- cas como una amistad largamente mantenida, realizó su primera exposición de escultura - instalación compartiendo espacio en la Sala del Puerto de Gijón, antigua Rula, de la que Francisco Crabiffosse escribió: si Muñiz parece profundizar a través de la pirámide en la comprensión de las culturas precolombinas, Riera retoma de la estela el sincretismo funerario de lo tribal. Era en el año 1992 y en ese mismo año ambos artistas, junto con otros destacados creadores asturianos, integraron la exposición Fragmentos. Actualidad del arte en Asturias, en las Salas del Arenal de la Exposición Universal de Sevilla.

Ahora, en el momento presente, asistimos a la madurez plena de un escultor que en el transcurso de años de indagación y reflexión fue ganado por la pureza y la precisión de la geometría, que está en el origen de su arte y es su razón de ser. Geómetra del hierro es José de la Riera que pertenece a la raza de los constructores, la vertiente constructiva que no dibuja en el espacio, sino que crea el volu- men más a partir del encuentro de líneas y planos que del vacío y no subordina la materialidad de la obra a la idea, aun cuando ella la inspire.

Sus esculturas están cargadas de pensamiento expresa- do en formas que se definen con rotundidad y matemática exactitud, obediente su estructura al cálculo de proporcio- nes formales, áureas relaciones numéricas, convertidas en expresión poética.

Pertenece a un mismo universo de formas, de construcción equilibrada y estática, siguiendo un esquema ortogo- nal que sin embargo pueden salir de este reposo en el juego dinámico de la curva. Piezas de lineal verticalidad, compactas y ensimismadas, que por su concentración y el tratamiento de la materia pueden recordar algo de la sensibilidad y la meditación rothkianas, y, a menudo, acogen en su seno, maternalmente, como incubándolas, a otras geometrías, cubos, esferas, cilindros, y otras materias, cerámica, bronce, acero inoxidable ...

Son esculturas más metafóricas que metafísicas estas obras de José de la Riera que parecen nacidas de la tierra y con las que tan fácil resulta dialogar.

Rubén Suárez