José De La Riera, en 2013 en su taller trabajando sobre la maqueta .
Jose De La Riera
GEÓMETRA DEL HIERRO.
Conozco a José de la Riera desde hace muchísimo tiempo, tanto que casi asusta pensarlo. Hablo de cuando aún no era escultor y dedicaba sus primeros afanes artísticos a la pintura, entonces figurativa. Luego, nuestra relación se fue distanciando aunque sin pretenderlo, y únicamente en el trato y no en los afectos. En cuanto a su actividad en el arte, llegué a saber de ella de manera ocasional, sólo puntualmente, quizás porque lejos de cualquier afán de protagonismo vacío de contenido, su alma y pensamiento de artista se iban forjando tan lenta como sólidamente, desde la insatisfacción, y como consecuencia la búsque- da, y como consecuencia la experimentación. Su autoexi- gencia le impidió quedarse en los logros plásticos que iba consiguiendo y su inquietud le llevó a interesarse por muchas de las distintas manifestaciones o tendencias (minimalismo, instalacionismo, conceptualismo, póvera, ....) que se iban incorporando a un arte cada vez más expandido, menos amigo de las limitaciones.
Y así José de la Riera, solo o en compañía de otros, fue haciendo de su creación un campo de sucesos, como titu- ló precisamente una de sus exposiciones individuales en aquellos años ochenta, particularmente abiertos a nuevas propuestas, nuevos materiales y nuevas reflexiones sobre el espacio, para convertir el arte en un acontecimiento. Los otros, quienes le acompañaron en aventuras colecti- vas, fueron por ejemplo José Ramón Muñiz, Fernando Redruello y Paco Fresno, cuando el grupo Onza, para la Ocupación en el Museo Jovellanos, o el deslumbrante y espectacular Happening del color en el Muelle. Y luego con Bonhome, Alejandro Mieres, Ángel Nava y Fresno en aquel 1 + 5 que, con música de Miguel Fernández, cantó a coro, escribió Nava, en el Ateneo de la Calzada.